La Moralidad en un Mundo Inmoral

Una crisis es como un espejo. Nos muestra, siempre y cuando tengamos la valentía de mirar, quiénes somos como individuos y como sociedad. Nos muestra las posturas de los gobiernos, los políticos y las instituciones estatales que se enfrentan con esta prueba rigurosa a la realidad. Cada uno de nosotros, sea como individuos, amigos, familias, vecinos o comunidades, nos enfrentamos a retos nuevos y difíciles.

El suceso del coronavirus, COVID-19, es un ejemplo de tal crisis. ¿Los gobiernos? Algunos si están preparados, con sistemas de salud óptimos y acceso gratuito a la salud para todos. Mientras tanto, en los Estados Unidos, la administración de Trump procedió a recortar fondos de los programas de salud pública a mediados de febrero, dos semanas después de la declaración de la Organización Mundial de la Salud sobre la epidemia del coronavirus como una emergencia sanitaria y de la preocupación internacional. Estos recortes incluyen: uno, por 25 millones de dólares a la Oficina de Preparación y Respuesta de la Salud Publica, y otro, de 85 millones de dólares al programa de Enfermedades Infecciosas Emergentes y Zoonóticas. En Ontario, cuando llegó el COVID-19, las autoridades de la salud pública se enfrentaron a un recorte del 27% a la salud pública, anunciado por el gobierno de Ford en cuanto a fondos (posteriormente, Ontario declara el estado de emergencia y, por ahora, pone en espera dichos recortes).

Entre los sucesos repentinos y confusos que hacen parte de una crisis, es fácil enfocarse tanto en lo que sucede, que se nos olvida preguntar el por qué sucede. Sin embargo, es cuando nos preguntamos el por qué que podemos enfrentar las preguntas éticas y morales que indican quiénes somos y la especie de sociedad en la que vivimos.

¿Por qué, por ejemplo, las empresas farmacéuticas están compitiendo para producir una vacuna para el COVID-19? ¿Por qué, en vez de trabajar de forma discreta, los científicos alrededor del mundo no están colaborándose, compartiendo sus hallazgos y haciendo que sus resultados sean disponibles de forma gratuita? Es más, ¿por qué ni siquiera se hace esta misma pregunta en los discursos públicos? Pareciera que se debe aprovechar, por encima de todas las cosas, la meta del trabajo científico con el fin de lucrarse. Los oficiales gubernamentales de los Estados Unidos ya declararon que una posible vacuna para el COVID-19 puede que no esté disponible para aquellos que se encuentran dentro del territorio nacional, y mucho menos en países pobres, debido a que resultaría “demasiado costoso”.

Nosotros hemos retrocedido.

Las peores epidemias en Canadá y en los Estados Unidos de los últimos cien años fueron las epidemias concurrentes de polio. Se estima que más de 11 000 personas quedaron paralizadas por causa del polio en Canadá, entre 1949 y 1952. Hubo más de 9 000 casos que incluyeron casi 500 fallecidos en tan solo 1954. En los Estados Unidos, en 1952, hubo más de 58 000 casos de polio, los cuales resultaron en 3135 muertes y 21 269 casos de parálisis. Esta pesadilla llegó a su fin cuando Jonas Salk desarrolló la primera vacuna efectiva contra el polio en 1955. ¿Cuál fue la patente? Ninguna. Salk se negó a patentar su hallazgo, quería que fuera disponible para todos de manera gratuita.

Salk estaba siguiendo los pasos de quienes descubrieron la insulina, Fredrick Banting, Charles Best y James Colip. Ellos si patentaron su hallazgo, para luego vender el patente a la Universidad de Toronto, por un dólar. Dijeron que no querían lucrarse de un hallazgo que serviría para el bien común.

El pensamiento de Salk y de Benning es algo impensable hoy en día. Parece que el capitalismo ha logrado que las corporaciones puedan tomar acciones a gran escala, en las cuales, nosotros, los individuos, no tendríamos nada que ver como una cordialidad.

Aunque hay muchos que han aceptado esta forma de pensar, siendo demasiados, la mayoría de nosotros no actuamos así en nuestras vidas. La sociedad no existiría de ser así porque necesitamos el uno del otro. Como somos seres sociales, sobrevivimos y tenemos éxito debido a que podemos formar y depender de relaciones basadas en la cooperación, el apoyo mutuo y la confianza.

La moralidad, que se ha llegado a denominar cono la Regla de Oro, es una demostración de esta verdad. Las versiones distintas de la llamada Regla de Oro sumergieron en distintas religiones, tal como lo demuestra el afiche inferior sobre la misma. El hecho de que sea parte de distintas tradiciones humanas nos demuestra que dicha regla es incluso más antigua que las tradiciones, es un elemento de la misma naturaleza humana.

Si nosotros, o al menos la mayoría de nosotros, no reconocemos el hecho de que cada uno es digno del respeto y de que merecemos cubrir nuestras necesidades básicas, no podríamos sobrevivir como una especie social. Así mismo, si tratar a otros como nosotros deseamos que fuésemos tratados fuera algo puramente natural y automático, entonces no requeriríamos de una Regla de Oro. No tenemos una regla que nos dice como respirar, simplemente lo hacemos.

Una de las cosas que nos indica la existencia de la Regla de Oro es que nosotros, los humanos, somos imperfectos y llenos de contradicciones. Incluso cuando sabemos lo que debemos hacer, a veces no logramos cumplir con ello y necesitamos un recordatorio o responsabilidad sobre el deber. Entonces, sin duda alguna, es la razón por la cual las discusiones sobre la Regla de Oro tratan de compasión, perdón y segundas oportunidades, con tanta frecuencia. Reconoce que existen momentos en los que debemos perdonar, y así mismo, ser perdonados.

Al mismo tiempo, la falta de una regla, sin importar que tan profunda sea, es un sustituto para el pensamiento crítico de las situaciones reales. Por ejemplo, pocos aconsejaríamos a una mujer que se encuentra en medio de una relación de abuso a que volviera con su pareja violenta, para que le dé una segunda, tercera, cuarta y hasta quinta oportunidad. Hay momentos en que la ira es una respuesta más óptima que simplemente poner el otro cachete. También hay ocasiones en que, cuando se enfrenta a la complejidad de la vida, podemos tener en cuenta el dictamen de George Bernard Shaw: “la regla de oro es que no hay reglas de oro”.

La Regla de Oro tampoco nos guía, de manera autónoma, en cómo tratar a aquellos con poder sobre nosotros, especialmente cuando dicho poder se utiliza para suprimir. Para tratar con ellos, necesitamos utilizar otra parte de nuestra naturaleza humana, nuestro impulso para adjuntarnos y apoyarnos en la lucha por la justicia. Es tal como Cornell West indicó, “la justicia es la representación del amor en público”.

La epidemia del coronavirus es una crisis que nos reta a ver más allá de nuestras preocupaciones inmediatas y nos hace preguntarnos en qué clase de mundo deseamos vivir. No tenemos mucho tiempo, debido a que el cambio climático hará que este virus parezca un paseo.

Sin embargo, si contamos con algo de tiempo ahora, porque muchos de nosotros tenemos nuestra vida en pausa, intentemos utilizar ese tiempo de la mejor manera posible.

Hay cosas que podemos hacer para ayudar aun estando aislados, como la donación de fondos. Hay personas que están enfrentando este virus, al igual que otros desastres relevantes de la salud pública, como lo es la malaria, la cual mata a más de tres mil niños cada día, y quienes están en peores condiciones que nosotros. También piensen en Yemen, en Gaza, en el Congo, en Venezuela y en Irán, que intentan sobrellevar la epidemia, aun cuando los Estados Unidos les impone sanciones sobre suplementos médicos y humanitarios.

Ellos requieren nuestra solidaridad activa.

Por favor ayuden, Íy que se mantengan a salvo!


Ulli Diemer

Ulli Diemer es un escritor y archivista que vive en Toronto, Canadá.



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