B U R E A U   O F   P U B L I C   S E C R E T S


 

Erotismo, Misticismo y Revolución

(Un estudio crítico sobre Kenneth Rexroth)

 

 

2. Magnanimidad y Misticismo

Hofuku (señalando hacia las montañas): “¿No es eso la Realidad?”

Chokey: “Sí, lo es, pero es una lástima decirlo”.

(R.H. Blyth, Zen in English Literature and Oriental Classics.)

 

Si tuviera que escoger un único texto para mostrar qué es lo que me gusta de Rexroth, escogería con toda probabilidad su ensayo sobre la novela clásica china. Vean conmigo cómo nos describe las virtudes que caracterizan a estos extensos y maravillosos libros:

¿Cuáles son estas virtudes? La primera, un absoluto dominio de la técnica narrativa. La segunda, su humanidad. En tercer lugar y como una síntesis de las dos anteriores, todo un grupo de cualidades que deberían resumirse en una sola: discreción, humildad artística, madurez, objetividad, compasión, la habilidad de revelar el macrocosmos a través del microcosmos, el universo moral reflejado en el acto físico, la profundidad de la visión psicológica en los hechos más nimios, todo ello sin mencionar en absoluto las “grandes cuestiones”. Contener todas estas virtudes es una cualidad del estilo. Es la cualidad fundamental del mejor estilo. Tiene un nombre, aunque no es un término que consideremos propio de la crítica literaria. Esta palabra es magnanimidad. Su antónimo, diría yo, es complacencia con uno mismo.

Rexroth se lamenta de la autocomplacencia, que es apreciable, de una u otra forma, en casi todos los escritores del siglo XX, desde Proust y Henry James hasta Kerouac y los que le siguen. Sólo hace una importante excepción con Parade’s End de Ford Madox Ford(8), la única “gran novela completamente adulta de mi época”:
Ford no precisó su tesis, puede ser que ni supiera que tenía alguna en el sentido estricto de la palabra. Sus personajes no filosofan sobre nada. No fisgonea en sus cabezas con términos psicológicos. No nos muestra el fluir de sus conciencias. Todo ocurre como en la vida misma y al lector le deja simplemente con los hechos — brutales, estúpidos o maravillosos, como sean. ¡Qué fácil es ser artista y qué difícil es ser maduro!
Las variaciones sobre este tema son algo recurrente en la obra de Rexroth. Sobre el gran teatro nos dice: “Debe contener profundidad moral y psicológica, pero ésta sólo podrá ser descubierta por aquellos espectadores que ya la posean en sí mismos. Estas cualidades no deben hacerse explícitas pues arruinarían el hecho dramático”. Asimismo, comparte la opinión de Ford, según la cual Dostoievsky “demostró un terrible mal gusto al hacer que sus personajes discutieran la profundidad de la novela en la cual ellos tomaban parte”. “Las almas atormentadas de sus novelas no son seres maduros. Hablan sin parar sobre todo eso que las personas maduras saben que es mejor mantener en silencio. El drama deja de impresionar al lector cuando se presenta de manera tan verborréica e incluso acaba dejando de ser creíble”. Rexroth tiene una predilección especial por esos escritores que personifican una sabiduría tranquila, modesta y natural, como por ejemplo, el biógrafo y pescador Izaak Walton, el naturalista amateur Gilbert White o el cuáquero antiesclavista John Woolman, sin embargo detesta la vanidad de algunos artistas que glorifican su supuesta misión en este mundo:
Miguel Angel fue sin duda
un hombre ruidoso y en gran manera
soberbio. Después de todo, nunca
le ocurrió nada que
no le ocurriera a cualquiera de nosotros.
Si tenéis alguna tragedia para
representar, deberíais hacerlo
con humildad, pues estáis sirviendo
el pan de la comunión.
En su ensayo sobre las obras de Julio Cesar nos dice: “En La Guerra de las Galias y en La Guerra civil se encuentra oculto de forma magistral un filósofo de las relaciones humanas que sólo una persona madura podría comprender o incluso reconocer. El arte de disimular así es, por supuesto, una demostración de madurez”. Lo mismo se podría decir de las obras del propio Rexroth. Debido al propósito de este libro, yo no puedo sino citar sus palabras más destacadas en referencia a lo que ahora comento. Sin embargo, si el lector repasara toda su obra, vería que Rexroth habla de las “grandes cuestiones” de una manera sutil y que, a menudo, las deja implícitas para que sean leídas entre líneas.

Si, por el contrario, ha revelado en alguna ocasión su propia filosofía de vida y nos ha resumido sus puntos centrales en una sola palabra, ha sido en su ensayo sobre la novela china que continúa así:
Durante la segunda guerra mundial conocí a un cuáquero anciano y de pequeña estatura de una granja de Indiana que viajaba por cuenta propia por todo el país. En las reuniones dominicales se levantaba y tomaba la palabra para leernos la definición de magnanimidad que da el diccionario Webster’s. Decía que “había venido con este texto porque nos podría ser de gran utilidad”. He aquí la definición:

"Magnanimidad, n; (F. Magnanimité, L. Magnanimitas.) 1. Grandeza del alma; nobleza de sentimientos; clemencia; generosidad; la cualidad o combinación de cualidades del carácter que permite a la persona enfrentarse al peligro y a los problemas con tranquilidad y firmeza, rechazar la injusticia, la mezquindad y la venganza y actuar de manera sacrificada por causas nobles. 2. Un hecho o una disposición caracterizada por lo magnánimo. 3. Temperamento grandioso; singularidad del alma. Excepcional.”

Después de recitarnos todo esto, el anciano cuáquero se sentaba y volvía a aparecer la semana siguiente en otra reunión. Estas palabras significaron una gran ayuda para mí en aquellos horribles años, mucho más que cualquier otro consejo que me hubiesen podido brindar.
     Ningún artista de primera fila se convertiría en víctima de sus propias creaciones. Sólo esta clase especial de nobleza garantiza la independencia de los verdaderos creadores. Homero la tiene, pero Dante no. Es un tipo de valor, como el de las famosas palabras de Samuel Johnson: “La valentía, señor, es la primera de las virtudes porque sin ella es muy difícil, a veces, ejercer las otras.”

Es la valentía para sobrellevar la inevitable “destrucción de todo lo bueno”, para enfrentarse al hecho de que “el amor no dura siempre,  los amigos se traicionan los unos a los otros, la belleza se marchita, los poderosos resbalan en la sangre y sus ciudades arden”. Rexroth coincide con el “mensaje” de Homero y lo resume con sus propias palabras al decir que el universo no tiene sentido por sí mismo, todo es efímero, los únicos valores son aquellos que la gente crea en sus relaciones con los demás: “Lo único que perdura, lo que da valor a la vida es la camaradería, la lealtad, la valentía, la magnanimidad, el amor, las relaciones humanas con una comunicación directa. Es de aquí, y no de ninguna otra parte, de donde surge la belleza de la vida, su tragedia y su sentido.”

Esto puede sonar muy “existencial”, pero nada le es más ajeno a Rexroth que lo que él llama el “angst por el angst”, algo que él califica como una “metafísica apropiada para conejos paralizados”. “El supuesto dilema existencial no me dice nada en absoluto. Su inventor Soren Kierkegaard siempre me ha parecido un hombre enfermo que se comportaba de una forma miserable con su novia, un hombre ‘necesitado de terapia urgente’, como dirían los psiquiatras. […] En cuanto a mí, no veo mi existencia como un enfrentamiento espantoso y continuo con la realidad. Ésta me agrada.”

Si Rexroth evoca en algunos momentos “el sentido trágico de la vida”, en otros nos revela una conciencia más mística. Estas dos actitudes podrían parecer en principio contradictorias, sin embargo él las considera como perspectivas complementarias e igualmente válidas. Algunas veces las contrasta, como sucede en la dialéctica de sus ensueños filosóficos. Otras veces las combina, como en las obras de teatro que tratan temas de las tragedias griegas, pero que, al igual que en las obras japonesas de teatro Nô, culminan en una solución trascendente de enredo del karma en lugar de acabar con el típico desenlace dramático.

Rexroth califica su punto de vista como un “anarquismo religioso” o un “misticismo ético” y, en lugar de entrar en detalles, nos remite a algunas de sus principales influencias: “Para una mayor claridad se puede acudir a las obras de Martin Buber, Albert Schweitzer, D.H. Lawrence, Boehme, D.T. Suzuki(9), Piotr Kropotkin, o incluso a los Evangelios y a las palabras de Buda, Lao Tze y Chuang Tze.” Esta lista puede parecer muy ecléctica, pero nos da una idea de los diferentes aspectos de su filosofía “religiosa” que, por otra parte, podría ser resumida en unas líneas:

Lo que en la contemplación
se absorbe, en el amor
se dispensa.

En su autobiografía Rexroth nos cuenta una experiencia que tuvo a los cuatro o cinco años cuando, a principios de verano, estaba sentado en la acera delante de su casa:
Una conciencia, y no un sentimiento, de dicha completa más allá del tiempo y del espacio se adueñaba de mí o quizá era yo quien me adueñaba de ella. No quiero usar términos como “me extasiaba” o “estaba transportado, transido”, o cualquier otro que implique que estaba siendo poseído por alguna fuerza externa o algo anormal. Al contrario, parecía que éste fuera el modo natural en que transcurría mi vida, y que esa repentina y aguda conciencia de ello era tan sólo una cuestión de atención en un momento determinado.
Cuando estas experiencias “místicas” son más profundas y duraderas, suelen ir asociadas a la meditación y a la disciplina espiritual; pero Rexroth nos da a entender que todos pasamos por esos mismos estados de conciencia en algún momento, a pesar de que apenas nos demos cuenta de ello y sean facilísimos de olvidar una vez que nos volvemos a meter en la vorágine de cada día.
La paz que proviene del hábito de la contemplación […] no es ni rara ni difícil de encontrar. Se ofrece a cada persona en ciertos momentos desde temprana edad, aunque surge cada vez menos en caso de no haber sido bien recibida. Puede ser alcanzada, entrenada y cultivada hasta que se convierta en un hábito constante que forme la base de nuestra rutina diaria. Sin ella la vida sólo es agitación, en la que todo sentido y hasta toda intensidad de sentimiento acaban por extinguirse entre el tedio y el desorden.
“En el corazón de la vida”, dice en su ensayo sobre el Tao Te Ching, “hay una minúscula y permanente llama de contemplación”. Incluso sin saber nada de ella, la gente vuelve de forma instintiva a este “centro de calma”. Siempre está ahí, aún en medio de las situaciones más turbulentas; pero algunas circunstancias le son especialmente favorables.
Quienquiera que haya escrito los breves salmos del Tao Te Ching sabía que la contemplación del curso del agua es una de las formas más elevadas de oración. […] En realidad muchos deportes son también formas de contemplación, por ejemplo y muy en especial, pescar en aguas tranquilas. Muchos hombres a los que una vulgarización del budismo zen haría reír, y que lo más probable es que lo encontrasen del todo incomprensible, practican la vida contemplativa a la orilla del río, caña de pescar en mano, al menos algunos días al año. Igual que los grandes místicos, ellos también sienten que la iluminación de esos pocos días es lo que da sentido al resto de su vida.
Los poemas que Rexroth ha dedicado a la naturaleza están llenos de esta clase de experiencias. En éste que sigue, él está tendido bajo las estrellas:
Mi cuerpo está dormido. Sólo
mis ojos y mi cerebro están despiertos.
Las estrellas me rodean
como pupilas de oro. Yo no sabría
decir dónde comienza mi ser o dónde acaba.
La suave brisa en los oscuros pinos,
y en la hierba invisible,
la tierra que se inclina, las estrellas titilantes
tienen un ojo que se ve a sí mismo.
A veces, como es el caso anterior, las experiencias están descritas de una forma más o menos explícita. Pero la mayoría de ellas sólo se dejan entrever:
Cuando arrastré el viejo tronco
desde el fondo del estanque,
lo sentí pesado como una piedra.
Lo dejé tendido al sol
durante un mes; y luego lo desmenucé
en trozos, que separé
para hacer fuego, y los extendí
para que se secasen algo más.
Esa misma noche, cuando más tarde sale de su cabaña a mirar las estrellas...
De repente vi bajo mis pies,
extendidos en el suelo de la noche, lingotes
de una fosforescencia parpadeante,
y todo alrededor estaba cubierto de astillas
de una luz fría, pálida que estaba viva.
Sin duda ésta fue la secuencia real de los hechos, pero al mismo tiempo parecen sugerir un estado interior y una iluminación que fueron paralelos a ellos; esta forma alusiva de decirlo se corresponde mejor con el proceso del “desprendimiento del yo” que si hubiera dicho “he tenido tales y tales experiencias”. Como ocurre en muchos de los grandes poemas chinos y japoneses, un estado de espíritu puede ser mostrado a través de la claridad de lo que, en principio, no es sino una simple escena objetiva y natural. El paisaje exterior se corresponde con el paisaje interior, el macrocosmos con el microcosmos.

Con un estilo que recuerda a Whitman, nuestro autor evoca las más amplias imágenes y relaciones:

El inmenso fenómeno sideral
del alba converge en la garceta
reverbera y converge en mí
y sigue su camino infinito irradiando
hasta tocar el último polvo galáctico. […]
Mi mujer ha estado nadando entre las olas,
viene hacia mí por la playa, desnuda,
centelleante de agua, cantando alto y claro
contra las olas batientes. El sol atraviesa
las colinas e inunda sus cabellos, mientras
ilumina la luna y enaltece el mar
y en el corazón de las montañas vacías funde
la nieve del invierno y los glaciares
de diez mil milenios.
En sus últimos poemas, escritos en Japón en su mayoría, Rexroth expresa estos momentos de “conciencia cósmica” en términos cada vez más budistas y, sobre todo, con términos de la última visión del sutra Avatamsaka (La Guirnalda de Flores):
.... La Red de Indra,
el infinito compuesto de infinitos,
la Guirnalda de Flores.
Cada universo reflejando
los otros universos, reflejándose
en todos ellos...
Nos podría dar la impresión de que la obra de Rexroth está influida por el budismo zen, pero en realidad, lo criticó en muchos aspectos y manifestó tener más puntos en común con otras formas de budismo. Arremetió contra el zen popularizado en Occidente calificándolo de irresponsable y de moda pasajera. Pero también criticó al tradicional zen japonés por su complicidad con regímenes militares, desde el samurai japonés hasta la segunda guerra mundial. Parece que tampoco le gustó mucho el culto y la adoración al maestro espiritual que, a menudo, se encuentran tanto en el zen como en otras prácticas religiosas orientales. Rexroth probablemente hubiera reconocido que la meditación zen es uno de los medios más efectivos para cultivar la paz contemplativa “hasta que se convierta en un hábito constante que forme la base de nuestra rutina diaria”. Pero también es cierto que creía que, al esforzarse demasiado en buscar la iluminación, uno puede dejar de lado lo esencial. Se cree que las últimas palabras de Buda fueron: “Oh discípulos, todo lo que acontece en el mundo es cambiante por naturaleza. Luchad sin descanso”. Rexroth, con una mentalidad más taoísta, nos aconseja:
Todo lo que acontece
en el mundo es cambiante
por naturaleza. Tomadlo con calma.
La verdadera iluminación, nos dice, no surge como una experiencia buscada por sí misma, sino como un efecto secundario del modo de vida elegido:
Yo creo que el desarrollo de la capacidad creciente de recogimiento y trascendencia se consigue más por el modo de vida elegido que por ejercitarse en ello. El budismo es puro empirismo religioso. No se fundamenta en creencias, sino sólo en la experiencia religiosa definida en toda su simplicidad y su pureza. Esta experiencia llega a convertirse en una realidad constante y siempre accesible para los que la practican. La base de esto no es ni hacer ejercicios mentales ni tener conocimientos teológicos. Es seguir el “Noble camino de las ocho vías”, cuya culminación es la “calma imperturbable”, el nirvana, que subyace en la realidad.
Rexroth no apoyaba la idea de usar drogas psicodélicas como un atajo para conseguir una visión mística. Como mucho, reconocía que estas sustancias habían dado a algunos jóvenes la posibilidad de vislumbrar una “vida interior”, que había sido reprimida por la cultura de la clase media americana. Al hablar de este tema solía citar a San Juan de la Cruz: “Las visiones son indicios de una falta de verdadera visión”. Para Rexroth la experiencia religiosa trascendente no es la visión de un mundo diferente y sobrenatural, sino un despertar consciente a éste:
Los objetos reales poseen su propio significado trascendental. […] Lo sagrado puede encontrarse en un montón de polvo. Es, en realidad, ese montón de polvo. […] La verdadera iluminación es un hábito cotidiano. No somos conscientes de que vivimos en la claridad de las luces porque no vemos ninguna sombra proyectada. Y cuando tomamos conciencia de ello, lo hacemos de la misma manera que los pájaros perciben el aire y los peces el agua.
La gente tiende a describir estos momentos de consciencia en términos de sus propias y variadas creencias religiosas, pero en realidad las experiencias se parecen mucho entre sí y se dan también entre gente no religiosa. Aunque muchas veces vayan más allá de nuestra comprensión racional, ello no implica por fuerza que se trate de experiencias sobrenaturales. Rexroth es bastante claro acerca de esta distinción. Está felizmente libre de la moda new age y es demasiado perspicaz como para ser arrastrado por las supersticiones y pseudo ciencias en las que tantas personas han creído y todavía siguen creyendo hoy en día. Al recordar a gente de su propia generación que, aunque era inteligente en otros aspectos, tenía una fe ciega en la astrología o en las cajas de orgón de Reich, nos hace la siguiente observación: “Cualquiera que hubiese estudiado física en el instituto habría podido ver que esas cosas eran del todo absurdas, pero el problema radicaba en que estas personas habían dejado de creer tanto en la física como en el capitalismo y en la religión. Para ellos todo esto no era más que un mismo engaño.”

Igual de escéptico se siente ante las pretensiones científicas del moderno psicoanálisis y de la psiquiatría. En su divertido artículo “My Head Gets Tooken Apart” (“Me diseccionan la cabeza”) nos describe la ocasión en la que recibió dinero de un “Instituto de Investigación” por participar en un experimento de tres días sobre la exploración de la “personalidad creativa”. Después de la enorme variedad de baterías de tests, entrevistas y cuestionarios a los que se tuvo que someter, su conclusión fue:

¿Qué sentido tenía todo esto? Ninguno. […] Estas paparruchas con las que nuestra sociedad se engaña a sí misma son mucho menos efectivas, y mucho menos científicas, que las supercherías de otras épocas y otros pueblos. Cualquier curandero sioux, cualquier sacerdote atento y cariñoso, una abuela con experiencia o cualquier herborista chino podrían haber descubierto más en media hora que lo que estas personas hicieron en tres días. […] Por mi parte, si se me diera a escoger, más me confiaría a los cavernícolas que pintaron las cuevas de Altamira.
Con estas palabras nos da a entender que algunas de las prácticas tradicionales pueden poseer, al menos de forma intuitiva, una pizca de lucidez sobre las circunstancias normales de la vida corriente. Sean supercherías o no lo sean, la gente tiende instintivamente a dejarse arrastrar por aquello que parecen expresar los arquetipos psicológicos o espirituales: sus relaciones y sus aspiraciones, los conflictos internos de toda la vida. “Lo que se busca en la alquimia, en los libros herméticos, en la teología menfita o en esas manías absurdas como la de los platillos volantes es un esquema fundamental de la mente humana expresado de manera simbólica”. Y encontramos ahí esos esquemas básicos porque éstos provienen de mentes en esencia similares a las nuestras.
Lo que los gnósticos proyectaron en la pantalla de su profunda ignorancia como una imagen del universo fue en realidad una imagen de su propia mente. Su mitología es un retrato simbólico, casi deliberado, de las fuerzas que operan en la estructuración y en la evolución de la personalidad humana, […] un panorama institucional de lo que Jung ha llamado el inconsciente colectivo. […] Esta idea, tal como ha señalado Jung, no se refiere a que todos compartamos un alma misteriosa y colectiva. Es una imagen colectiva porque todos los seres humanos respondemos ante la vida de forma muy parecida, porque todos tenemos los mismos atributos fisiológicos. Si la manipulación de los símbolos no nos permite influir en el cosmos, al menos nos permite influir en nuestras mentes.
Para Rexroth no se trata de creer o no en la validez objetiva de cualquier sistema oculto o religioso; lo que le interesa es el “mundo interior”, los “valores que no pueden ser reducidos a cantidades” y que encuentran su expresión en estas formas. En la medida en que la religión es un intento de explicar la realidad objetiva, se va quedando cada vez más desfasada, ya que la Humanidad progresa en su conocimiento; pero podría decirse que su importancia se mantiene en lo que se refiere al mundo interior, a la realidad subjetiva:
Idealmente la religión es lo único que quedaría después de que el hombre lo supiera todo. […] A medida que las interpretaciones especulativas de la religión se van derrumbando como explicaciones de la realidad, adquieren el carácter de representaciones simbólicas de diversos estados del alma. Si subsisten en la práctica de un culto, decimos que han sido llevadas a un estado de sublimación. Es precisamente su irracionalidad lo que hace que el dogma y el ritual se mantengan vivos. En el momento en que éstos se pudieran reducir a explicaciones basadas en el sentido común o pudieran ser refutados, se apagarían. Sólo sobreviven los misterios, porque se corresponden con un proceso interno en la vida del hombre, y porque son el signo exterior de una realidad espiritual interior.
A Rexroth le gustaba decir que, “la religión es algo que se hace, no algo en lo que se cree.” Él estaba muy interesado en las fiestas y en los rituales religiosos y folclóricos de todo tipo, hasta el punto de ensalzar incluso sus vestigios modernos más manidos. “Poco importa si papá tiene que estar pagando durante un año las facturas de la primera comunión, de la barmitzvah, o de la boda. Por un momento ha existido al menos ese reconocimiento, aunque sólo sea simbólico, de que incluso la vida más pobre y monótona tiene una importancia trascendental, y de que ningún ser humano es insignificante”. Con esta clase de espíritu él mismo participó en diversos rituales religiosos: budistas, védicos, cuáqueros e incluso católicos.
Lo que me atrae del catolicismo no es su cristianismo, sino su paganismo. […] La vida litúrgica de la Iglesia me conmueve porque evoca las más antiguas respuestas al ciclo de los años, al cambio de las estaciones y a los ritmos de la vida de los hombres y los animales. Para mí los sacramentos transfiguran los ritos de paso. […] En los ritos de paso, las relaciones y las actividades fundamentales de la vida: nacimiento, muerte, relaciones sexuales, comer, beber, escoger una vocación, adolescencia, enfermedades mortales, en fin, la vida en sus momentos más importantes se ennoblece por la introducción ceremonial de la trascendencia. El universo entero se refleja en el acontecimiento de una misa o en una ceremonia, que es en sí misma un tipo de danza y una obra de arte.
No es necesario decir que Rexroth se oponía a casi a todo lo referente a la Iglesia católica excepto a sus rituales; pero al igual que mucha gente, parece haber tomado parte en prácticas religiosas que le atraían, dejando de lado los aspectos que no le gustaban. “En la actualidad se ve que una gran parte de nuestra sociedad más cultivada adopta, de forma voluntaria, los comportamientos religiosos y las creencias de comunidades más primitivas, por razones personales tan sólo pragmáticas o psicológicas”. Su práctica católica se limitaba, más que nada, a acudir a las ceremonias anglo-católicas que han mantenido los rituales de la Iglesia romana rechazando al mismo tiempo su autoridad dogmática.

De todas maneras, siempre me ha sorprendido que una persona como Rexroth pudiera tener algo que ver con cualquier Iglesia cristiana. Una cosa es practicar algún tipo de meditación, o tomar parte en alguna fiesta o ritual que todo el mundo reconoce como una simple forma de centrar nuestra vida y celebrar una comunión con los demás; y otra muy diferente, reforzar la credibilidad de instituciones repulsivas y de dogmas nocivos en los que todavía cree tanta gente. Como el propio Rexroth dice con un espíritu muy diferente:

Durante miles de años, los seres humanos de buena voluntad han intentado que el judaísmo y el cristianismo resultaran aceptables en el terreno moral a las personas sensatas y civilizadas. Ninguna otra religión ha necesitado nunca semejante esfuerzo de espiritualización […] ¿Por qué se molesta la gente? Si necesitaran una religión, los textos básicos del taoísmo, del budismo y del confucianismo no precisan de ese tipo de reelaboración. Puede que fuera necesario, sobre todo en los documentos budistas, recortar la retórica exótica, pero no hacer que signifiquen justamente lo contrario de lo que dicen.
Cualesquiera que sean los gustos personales de Rexroth acerca de los rituales, sus escritos sobre religión son bastante lúcidos en general. Como en el resto de su obra, siempre busca lo que puede ser relevante, sugestivo o ejemplar. Por ejemplo, en su estudio sobre Lamennais, radical católico del siglo XIX, lo que le interesa es su “sensibilidad espiritual”, no los “detalles de su variable filosofía y teología”. “Sus doctrinas cambiaban, pero no su vida, así que es su vida y la expresión literaria, que podríamos llamar incluso poética, de esa vida coherente lo que nos interesa”.

Una cosa es cierta, no hay nada puritano ni fuera de este mundo en el misticismo de Rexroth. Él mismo nos dice que el tema de sus poemas en The Phoenix and the Tortoise es

el descubrimiento de una base para recrear un sistema de valores dentro del sacramento del matrimonio. El proceso tal como yo lo veo iría así: del abandono al misticismo erótico, del misticismo erótico al misticismo ético del sacramento del matrimonio, de ahí a la realización del misticismo ético de la responsabilidad universal — del Otro a los Otros. Estos poemas bien pudieran estar dedicados a D.H. Lawrence, que murió en su intento de recrear una familia espiritual.
Como él decía, hay mucha paja en Lawrence: retórica sentimentaloide, un primitivismo ridículo, polémicas sexuales pasadas de moda e incluso tendencias vagamente fascistas. Pero lo que prevalece es su lucha por una vuelta a la realidad primigenia, por restablecer las conexiones orgánicas vitales, empezando por la más íntima. Al hablar de los poemas de Lawrence sobre el amor y la naturaleza, Rexroth nos dice: “La realidad se extiende a través del cuerpo de Frieda [la mujer de Lawrence], a través de todo lo que toca, de cada lugar que pisa […] todo resalta iluminado por una luz que parece sobrenatural y es, al mismo tiempo, del todo terrenal. […] Más allá del Sagrado Matrimonio se abre un mundo restablecido de pájaros, animales y flores — un mundo objetivo sacralizado. ‘¡Mira, hemos pasado!’ Hemos entrado en un mundo transfigurado por la gloria que lo envuelve por todas partes como una luz sobrenatural.” Y en lo referente a sus poemas sobre la muerte: “Lawrence no trató de engañarse con falsas promesas o con garantías ilusorias. La muerte es un misterio absoluto e impenetrable. Comunión con los demás y olvido, sexualidad y muerte, se puede revelar el misterio pero sólo como algo totalmente inexplicable.”

Los propios poemas de amor de Rexroth manifiestan la misma clase de reverencia por la sexualidad como un misterio profundo e insondable:

Invisible, solemne y fragante,
tu carne se abre a mí en secreto.
No conoceremos un enigma más grande.
Después de todos estos años no hay nada
más extraño que esto. Nosotros, que nos sentimos
como un sólo ser doble, y movemos nuestros miembros
como hábiles instrumentos de un mismo deseo fundido,
somos un misterio en brazos del otro.

Con la misma delicadeza, evoca la fugaz eternidad de la unión de los amantes. En este poema (inspirado en Gymnopédie nº 1 de Satie), los amantes están una noche al borde del mar en el sur de California:
El futuro    se ha ido hace tiempo
y el pasado      no llegará jamás
sólo     tenemos esta
eternidad nuestra
tan pequeña    tan infinita
tan breve    tan inmensa
inmortal    como nuestras manos que se tocan
imperecedera    como el encendido vino que bebemos
todopoderosa   como este sencillo beso
que no tiene comienzo
que nunca nunca
tendrá
fin
La cábala, el tantrismo, el Cantar de los cantares... A Rexroth le gusta invocar los misticismos que juegan con las conexiones o paralelos entre el amor humano y el divino, que ven el acto sexual como una unión espiritual, o incluso como un modo de contemplación:
El amor es el aspecto subjetivo
de la contemplación.
El amor sexual es una de
las más perfectas formas de
contemplación, mientras no esté hecho
de ignorancia, avaricia,
y posesión.
Cuando utiliza la expresión “del Otro a los Otros” nos quiere dar a entender algo visible en las siguientes líneas:

Para el corazón empobrecido
la noticia e incluso la vista
de la destrucción de miles
de otros seres humanos
puede asumir sólo la forma
de un grito lejano […]
Sin embargo, como para los dos amantes,
el ser querido es conocido y
amado cada día con más plenitud,
es todo el universo de personas
el que deviene más y más real.

Uno de los pensadores que más influencia han ejercido sobre Rexroth es Martin Buber(10), el “filósofo del diálogo” judío. Según Rexroth, “es prácticamente el único escritor religioso que una persona no religiosa puede tomar hoy en serio”. Es cierto que es un escritor religioso, pero de una religiosidad muy especial que ha hecho que su filosofía sea llamada medio en broma, pero con bastante acierto, “judaísmo zen”. En su juventud, Buber tuvo la sensación de que su preocupación por “la experiencia religiosa” le había llevado, en cierta ocasión, a no prestar toda la ayuda necesaria a alguien que se la había pedido y que más tarde se suicidó. Refiriéndose a ello escribió:
Desde entonces he renunciado a lo “religioso” que no es más que la excepción, extracción, exaltación o éxtasis; o bien lo religioso ha renunciado a mí. No poseo nada, salvo el día a día que jamás me es arrebatado. El misterio ya no se revela, ha escapado o ha edificado su morada aquí, donde todo acontece mientras va sucediendo. No conozco otra plenitud sino la de cada hora mortal de exigencia y responsabilidad. […] Si eso es religión, entonces religión lo es todo, en realidad es todo lo que se vive en su posibilidad de diálogo.
Buber no ve la realidad fundamental ni en la experiencia subjetiva ni en el mundo objetivo, sino en el “reino del entre.” “Al principio está la relación.” “Toda vida verdadera es encuentro”. En su obra maestra Yo y Tú distingue dos tipos básicos de relación: Yo-Eso y Yo-Tú. Yo-Eso es una relación de utilización y experimentación entre el sujeto y el objeto; Eso (puede ser Él o Ella) no es más que una “cosa entre todas las cosas”, un objeto susceptible de comparación y categorización. La relación Yo-Tú es única, recíproca y total, y además, es irremediablemente temporal. “El ser individual aparece cuando se contrasta frente a otros seres individuales. La persona aparece en el momento en que entra en relación con otras personas.”

Rexroth recalca que el punto de vista de Buber no es un sermón sentimental sobre el “compartir” o “estar unidos en fraternidad” (esa forma de unirse tan extendida hoy en día que “no es nada más que una concentración de elementos asustados”), ni tampoco es una invocación del colectivismo en oposición al individualismo. «El individualismo sólo comprende una parte del ser humano, el colectivismo comprende al ser humano sólo como una parte. Tanto Buber como Rexroth hacen una clara distinción entre colectividad (como suma de elementos) y comunidad auténtica (que estaría formada por un grupo de personas interrelacionándose de forma viva y directa).

Rexroth critica a Buber en tres puntos fundamentales: cuando se convierte en un apólogo del sionismo (a pesar de que el sionismo de Buber nunca fue beligerante ya que trabajó de forma tenaz en favor de un verdadero acercamiento entre judíos y árabes); cuando concluye su excelente trabajo sobre las tendencias de las comunidades libertarias (Caminos de utopía) con falsas ilusiones sobre lo prometedor que resultaba el establecimiento de kibutzs en Israel; y cuando, en la última parte de Yo y Tú, llega a la noción de Dios como el “Tú eterno”. Rexroth se opone a los aspectos desagradables del Dios bíblico de Buber, pero aún desconfía más de esa “avidez metafísica” por una relación absoluta. “Cualquier obra que tenga un final feliz reservado en el Infinito es, en ese aspecto, engañosa. […] Yo creo que la realización más completa del ser se da cuando éste acepta sus límites de contingencia. Es más difícil, pero mucho más noble, amar a tu mujer como a otro ser humano tan efímero como tú mismo, que mantener conversaciones imaginarias con un imaginario Absoluto”. Sin embargo, según Rexroth, la aceptación de las relaciones contingentes y fugaces sería el verdadero punto esencial en la perspectiva de Buber. La idea de un “Tú eterno” no es realmente una implicación necesaria de su filosofía. “A pesar de que el mismo Buber podría estar en desacuerdo desde el punto de vista doctrinal, en su filosofía no cambiaría nada importante si elimináramos a su Dios. Lo que nos quedaría sería una filosofía de alegría, vivida en un mundo poblado por muchas otras personas.”

Una buena parte de la obra de Buber está dedicada a la presentación del hasidismo, un movimiento popular místico que surgió en las comunidades judías del este de Europa en el siglo XVIII. Rexroth analiza en profundidad la historia y la naturaleza de este movimiento y explica cómo difiere en algunos aspectos de la sofisticada reinterpretación que Buber hace de él; sin embargo y a pesar de todo, lo que sobresale es un “buen humor sagrado” y una afirmación de comunidad que sólo aparece en los movimientos religiosos en muy pocas ocasiones. La obra de Buber Cuentos jasídicos nos recuerda en cierto modo las anécdotas sufíes, del zen o de los taoístas, pero poseen un carácter más comunitario y más ético. Al igual que éstas, nos revelan a menudo un hecho decisivo en la vida de una persona, aunque en general se trata más de una “transformación” moral interna que de una experiencia iluminadora. No hay ningún logro espiritual definitivo. Cada nueva situación, cada nuevo encuentro requiere que se responda con todo el ser. Las historias hasídicas tienen lugar en un contexto de judaísmo tradicional bastante ortodoxo, lleno de supersticiones, relaciones sociales anticuadas y formas religiosas poco atractivas; y aún así, a pesar de ello,

lo que más fluye a través de todo esto es alegría y encanto, amor y tranquilidad, frente a un mundo en continua fuga. A eso se le llama “voluntad de Dios”, pero el movimiento del universo se acepta […] en términos muy parecidos a los del Tao Te Ching. Música y danza, el amor mutuo en el seno de la comunidad, ésos son los verdaderos valores; son hermosos porque no son absolutos. Y sobre esta base de modestia, de amor y alegría se eleva una estructura moral que consuela e ilumina como no lo hace casi ninguna otra expresión religiosa de Europa occidental.
Rexroth apoya siempre de forma entusiasta estos misticismos éticos que “reafirman la vida”, siempre está dispuesto a valorar y animar cualquier tendencia que se dirija a la unión de contemplación y comunidad o que intente integrar en un mismo mundo la vida espiritual con la vida cotidiana. Como todos sabemos, el misticismo ha servido muchas veces para justificar la falta de cumplimiento de responsabilidades éticas y la despreocupación ante los problemas sociales. La experiencia de la unidad trascendente se ha tomado como implicación de que todo el sufrimiento y agobio de este mundo son sólo una ilusión, y por consiguiente no necesitaríamos preocuparnos por ello. Las expresiones contradictorias del misticismo (como trascendencia de la dualidad, “Todo es Uno”, etc.) pueden ser recursos apropiados del lenguaje para hablar de experiencias difíciles de describir; pueden incluso, de alguna manera, ser ciertas, pero sacar la conclusión de que son verdaderas, en el sentido estricto de la palabra, sería confundir distintos niveles de la realidad. La forma más simple de refutar esta clase de sofística trascendental es hacer notar que, incluso aquellos que la predican, se toman algunos aspectos de la vida mundana muy en serio, como por ejemplo el dinero que cobran por sus enseñanzas.

Rexroth jamás cae en esta trampa. Cuando lo percibe no duda en desvelarlo con rapidez. La verdadera razón de la popularidad del oculto Antiguo Oriente la señaló Kipling hace tiempo: «Embarcadme hacia algún lugar del este de Suez [...] donde no existan los diez mandamientos». Cuando la religión es suficientemente exótica no es necesario preocuparse por responsabilidades. Uno puede permitirse cualquier cosa. Rexroth tampoco admite la idea de que uno debe “curarse a sí mismo” antes de actuar con los demás. Tal como nos ha recalcado a menudo, los grandes místicos del pasado insisten de manera casi unánime en que los dos aspectos han de ir juntos. “El contemplativo católico, el sufí, el monje budista, todos ellos siguen un ideal de perfección. La iluminación les llega como la coronación a una vida de intenso activismo ético, de honradez, lealtad, pobreza, castidad y, sobre todo, caridad, amor generoso y positivo hacia todas las criaturas. La vida virtuosa crea un ambiente en el que la iluminación espiritual fluye como una luz difusa y sin origen.” Una definición clásica de las prioridades dada por uno de los más grandes místicos occidentales dice: “Si alguna persona estuviera en tal estado de arrobamiento como aquel en el que se encontró una vez San Pablo, y le dijeran que había un hombre enfermo cerca que necesitaba una taza de caldo, mejor haría en dejar su estado por amor al prójimo y servir a quien necesita ayuda” (Meister Eckhart). Esta misma idea aparece implícita en el ideal mahayana del bodhisattva, pero con un matiz suplementario que a Rexroth le gusta especialmente:

Un bodhisattva, por si alguien no lo sabe, es un ser que, cuando está a punto de alcanzar el nirvana, se retira haciendo voto de no entrar en esa paz final hasta que consiga atraer al resto de los seres. Según el pensamiento budista más profundo, el bodhisattva hace esto “con indiferencia” porque sabe que no existe ni ser ni no-ser, ni paz ni ilusión, ni salvadores ni salvados, ni verdad ni consecuencia. Ésta es la razón para esa expresión a la vez benigna y en calma en los rostros del arte religioso del lejano Oriente.
Pero una caridad lúcida implica en definitiva oponerse al sistema social que hace todo lo posible para que ésta no pueda llevarse a cabo y Rexroth añade una “coletilla” al voto bodhisattva:
Mientras haya una clase inferior,
yo pertenezco a ella. Mientras haya
un elemento criminal,
yo también lo soy. Mientras haya
una sola alma en prisión, no seré libre.

 


 [NOTAS]

8. Parade’s End. Tetralogía sobre el periodo de la Primera Guerra Mundial escrita por el autor y crítico inglés Ford Madox Ford (1873-1939)

9. D.T. Suzuki (1870-1966). Autor de numerosas obras sobre el budismo zen y principal divulgador de él en Occidente.

10. Martin Buber (1878-1965). Nació en Viena. Filósofo de la religión y de la cultura, exponente de un existencialismo y espiritualismo en sentido amplio, intérprete y renovador del pensamiento y de las tradiciones judías del jasidismo.



Fin del capítulo 2 de “Erotismo, Misticismo y Revolución” de Ken Knabb, traducción de Esther Quintana revisada por Ken Knabb. Versión original: The Relevance of Rexroth (1990).

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[Capítulo 1 : Vida y Literatura]
[Capítulo 3 : Sociedad y Revolución]

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